Hace ya tiempo que tenía ganas de publicar el escrito que redacté para la revista Escalar (ni falta hace decir que volver a ser portada me hizo muchísima ilusión). En él se reflejan los sentimientos y emociones que experimenté desde que probé Era Vella hasta que llegué a encadenarla:
Me despierta el arrullo de una tórtola. Hoy es
el día, me digo. Miro el reloj y veo que al despertador le quedan casi diez
minutos para sonar. Nos levantamos, desayunamos un tazón de muesli con leche y
miel y nos ponemos en marcha. El trayecto en coche se me hace largo, intento
dejar la mente en blanco pero no puedo, el mismo pensamiento me repiquetea una
y otra vez: ¿cómo será?. Por fin llegamos, pero aún queda un rato más, esta vez
andando y con las mochilas y cuerdas a la espalda. Nos acercamos, no me atrevo
a mirar. Por fin llegamos y por fin levanto la cabeza. Me quedo impresionada
por su espectacularidad, un muro naranja, largo, no veo dónde acaba, perfecto,
lleno de agujeros, desploma más de lo que pensaba. Aquí estás, ha llegado el tan esperado y temido
momento de ver cómo es una vía bautizada con el número 9. Nunca pensé que
llegaría éste momento, así que el mero hecho de atreverme a intentarlo ya
significa mucho para mí. Caliento, y con una tranquilidad inusitada me preparo
para el primer contacto. David me da ánimos y me dice que vaya con toda la
calma que necesite. Así lo hago. El primer tramo es vertical e intuyo que no es
difícil. Voy tensa y apretando hasta en los cantos más buenos. Llego a la
repisa y un corto pero amenazador techo me intimida. Veo cantos, muy separados
entre sí, me digo que tiene que haber algo más, pero de lo que alcanzo a tocar
no me tengo. Me agarro de la cinta y me cuelgo. Ya lo miraré en otro intento,
aún me quedan metros de vía. Me agarro a un canto y consigo llegar a la otra
cinta. Aquí sí que leo la secuencia pero no me veo con fuerza para hacerla. Me
vuelvo a agarrar de la cinta y cojo el siguiente canto. Salgo del techo y
vuelvo a pararme. Entre tanto agujero me pierdo, no sé cuáles son los que hay
que coger. Me lanzo a la aventura, no me tengo de lo que toco, me caigo, vuelvo
a intentarlo tocando otras cosas, vuelvo a caerme, y así repetidamente. Repito
el mismo proceso alguna cintas más. Ha pasado casi una hora, decido bajarme,
para ser la primera toma de contacto ya ha sido suficiente. Ahora ya sé lo que
es y a lo que tengo que enfrentarme. Me ha parecido inalcanzable, me viene
grande, está a años luz de mis capacidades. Y eso me motiva. No es la primera
vez que tengo sensaciones así. Pero soy realista, y por ello fijo que mi
objetivo no va a ser encadenarla, sino transformarla, de imposible a posible.
Ese será mi reto para las próximas semanas.
Pasan los días, lentamente las sensaciones van
mejorando, lentamente los dedos van adaptándose a las curiosas formas de esos
agujeros naranjas. Eso es lo que busco, no tengo prisa. Siguen pasando los
días, por fin consigo llegar a la cadena. Sensación de alegría y de superación,
entre el primer día y éste hay un abismo. Pero soy consciente que aún queda un
lento y arduo trabajo por delante. No me importa, así es cómo más disfruto.
Ya
ha pasado casi un mes. Entre cintas voy bastante más suelta. Solo me queda
unir, es lo que en principio se me da mejor. La motivación está por las nubes,
he conseguido mi objetivo ¡veo la vía dentro de mi alcance!. Me planteo un paso
más, intentar encadenarla. Pero se avecina tormenta, y me coge totalmente
desprevenida. Empiezo a caerme en sitios que no debería, secuencias fáciles se
me
antojan complicadas, no consigo hacer más de dos cintas seguidas. El primer
día lo asumo con normalidad, el segundo también, pero a partir del tercero
empiezo a preocuparme, semejante aguacero no es normal que dure tantos días, es
algo que nunca había experimentado. Y no sé cómo afrontarlo. Todo tipo de
pensamientos negativos empiezan a invadirme. Quizá he sido demasiado
pretenciosa al pensar que podría con
algo así, quizá esto no sea para mí, quizá sea hora de darse cuenta y
abandonar. David me mira fijamente y me dice “no”, no voy a dejar que tires la
toalla, “no” porque yo sé que puedes. Lo intento más días pero sigo mojándome.
El “no” de David y muchas palabras bonitas y de ánimo siguen repitiéndose, me
conmueven sus palabras, pero me temo que éstas salen de su corazón y no de su
cabeza. Él me insta a parar y reflexionar. Si no voy a disfrutar no tiene
sentido seguir. Si decido no rendirme y seguir tiene que ser disfrutando en
todos y cada uno de los intentos, ese es mi objetivo cuando escalo, por y para
eso lo hago. Tiene razón, como siempre, solo por el hecho de estar aquí,
intentándolo ya tengo que interpretarlo como un éxito. La tormenta empieza a
arreciar. Cambio de estrategia sobre cómo afrontar la vía y a la vez empiezo a
disfrutar de todos y cada uno de los movimientos, salgan bien, salgan mal. Aún
no he recuperado las fuerzas completamente, sí los ánimos y ganas de seguir
luchando.
Han pasado casi dos meses, y veo mi objetivo cada vez más cerca. He ido restando
caídas y sé que estoy cerca. Pero no me hago ilusiones, aún recuerdo que hay
tormentas que pueden presentarse cuando uno menos lo espera.
Me despierta el ladrido lejano de un perro. Lo primero que hago es mirar el
cielo, habían predicho lluvia para hoy. Está bastante nublado. Mientras
desayunamos nuestro tazón de muesli con leche y miel no dejamos de
escudriñarlo. Como no llueve decidimos subir al sector. Me siento con más
energía que otros días, la aproximación no se me ha hecho ni la mitad de dura
que siempre. El cielo empieza a despejarse y una suave y fresca brisa hace que
la temperatura sea bastante agradable. Caliento como siempre y me dispongo a
subir de nuevo por la vía, dispuesta a disfrutarla como en los últimos días.
Llego al techo, lo resuelvo con un poco más de
soltura de lo habitual pero no
le doy importancia. Reposo, miro hacia arriba y comienzo toda la sección que se
me hace dura, con decisión pero con calma. Me sorprendo haciendo más soltadas
de lo normal, pero no me confío. Vuelvo a sorprenderme rehaciéndome en otra
soltada fugaz. Empiezo a creérmelo. Sé que la fuerza con la que coja la regleta
será el indicativo de si el paso clave me va o no a salir. La toco, noto que
por vez primera la mano la cierra con fuerza y me digo que esta vez sí. Escucho
a David dándome ánimos, aprieto con todas mis fuerzas y consigo aguantar la
secuencia que siempre me había tirado. Estoy en el reposo. El corazón me bombea
a toda velocidad y estoy hiperventilando, respiro hondo. Sé que si me rehago
tengo muchas posibilidades de llegar a la cadena, lo que queda lo tengo
bastante controlado, pero necesito
calmarme y que los nervios no me traicionen, aún quedan pasos para los que
necesito máxima fuerza y concentración. Sigo escalando y llego al siguiente
reposo, la absurda idea de que tengo dinamita en lugar de ácido láctico en los
antebrazos me viene a la cabeza, tengo la sensación que de un momento a otro me
van a explotar. Veo la cadena muy cerca, a falta de una chapa. Templo nervios,
me estoy un buen rato soltando manos, la hinchazón va bajando. Bloqueo con
decisión y por fin cojo el canto del que sé que ya no me caeré. Estoy a tres
movimientos de tocar la cadena. Oigo a David de nuevo, pero no le escucho,
tengo prisa por llegar, de agujero bueno a otro mejor y de ahí a la laja de
chapar. Indescriptibles sentimientos de alivio, alegría, satisfacción me invaden.
Así como de gratitud, gratitud hacia aquellas personas que desde un principio
me habían apoyado y animado. Y sobretodo gratitud enorme hacia David, por darme
la fortaleza necesaria para no haberme rendido, por haberme apoyado en los
momentos buenos y malos, y por haber creído en mis posibilidades y habérmelo
hecho creer a mí. "El mundo está en manos de aquellos que tienen el coraje
de soñar y de correr el riesgo de vivir sus sueños" (P. Coelho).